Este mes de marzo ha sido declarado el mes mundial de la endometriosis. Es una enfermedad de origen desconocido que afecta a un 10% de la población femenina mundial. Sobre la endometriosis hay mucha literatura, desgraciadamente es una enfermedad bastante frecuente en las mujeres y una de las causas por las que se recurre a las técnicas de fecundación “in vitro”.
A lo largo de los años de profesión, hay algo que la mayoría de las pacientes con las que he tratado han ignorado de mí y es que yo también sufrí de endometriosis en su expresión más aguda, grado IV.
Con 27 años me casé y al poco mi reloj biológico se despertó. El hecho de ver a diario en la clínica casos de parejas desesperadas que quería ser padres, despertó en mí una cierta ansiedad y me preguntaba constantemente si nosotros tendríamos problemas para ser padres.
Ante estos temores, decidimos ponernos manos a la obra. Y la verdad, no fue nada mal. Al segundo mes de búsqueda mi test de embarazo daba positivo y 9 meses después, por cesárea, nació mi primera hija, Irene.
A los dos años del nacimiento de ella, ya estaba preparada física y emocionalmente para tener un segundo hijo. Pero como las circunstancias personales no eran muy buenas, debimos esperar un año más para intentarlo y cuando quisimos que viniera nuestro segundo hijo, éste no venía. Yo me sentía confundida, cada mes cuando estaba próxima la menstruación deseaba que ésta no apareciese, pero inexcusablemente aparecía puntual a su cita.
Tras un año infructuoso, empecé a sentirme extraña, como si tuviese más temperatura corporal, sin que marcara nada el termómetro. Mis menstruaciones siempre fueron abundantes, largas y dolorosas, no presté atención a que estuviese relacionado con algo. Hasta que un día al comentarlo con un compañero, ginecólogo, se ofreció a hacerme una ecografía y pudimos ver en la pantalla al enemigo: endometriomas (quistes ováricos originados por tejido endometrial) bilaterales, de 9-10 cm de diámetro. Lo vio tan claro que me dijo que fuera preparando el preoperatorio, tendría que pasar por quirófano. A mis 33 años, sola en ese sillón, sin mi marido al lado, que te digan que hay que extirparte los ovarios fue un auténtico mazazo.
Sin embargo, en aquella época acababa de salir al mercado un producto para reducir los miomas y también, dada su acción era posible reducir la endometriosis al llevar al cuerpo a un estado de menopausia inducida. Así que, antes de llegar a la cirugía se decidió intentar este tratamiento hormonal. Mientras tanto en mi cabeza no paraban los pensamientos ¿y si no puedo tener más hijos? ¿Adoptaríamos? Mi corazón estaba dispuesto a dar más amor, un hijo me parecía poco y peligroso. ¿Y si me volcaba sólo en él y no lo dejaba crecer? ¿Y si lo convertía en un ser egoísta? ¿Y si lo perdía? ¿Podría vivir sin él? Sé que todas las que habéis pasado por esto o lo estéis pasando podréis comprenderme. También veía la oportunidad que se me brindaba y no estaba dispuesta a dejarla pasar, iba a hacer todo lo que estuviese en mi mano y con esa esperanza cada mes, durante seis meses, me inyectaba aquel producto.
Tuve suerte y en la última revisión todos los endometriomas se habían reducido, había sufrido levemente los síntomas de la menopausia (hinchazón, cambios de humor y al final del tratamiento, sofocos). Me aconsejaron esperar unos tres meses para evitar un efecto “cascada” (la ovulación de más de un óvulo) pero he de confesar que fui mala y al segundo mes ya estaba buscando ese embarazo tan deseado. Me quedé embarazada de gemelos, pero en la primera ecografía sólo latía el corazón de uno, Paula, mi segunda hija.
Dos años después del nacimiento de Paula, todo se precipitó, aparecieron de nuevo los síntomas y la endometriosis en todo su esplendor se manifestó. Como era joven, mi ginecólogo-amigo, quiso ser conservador en su primera intervención. Antes de que acabase el año de esta primera intervención, volvía a pasar por quirófano, la endometriosis no estaba dispuesta a darme tregua y esta vez ganó, fue necesario darselo todo.
No obstante, la que gano realmente fui yo, porque pude tener dos hijas a pesar de ser una endometriosis grado IV. Siempre con actitud positiva, no exenta de ciertas dudas y miedos, confiando en los profesionales que siempre buscaron para mí lo mejor y, cómo no, con el amor y apoyo de mí marido.
Esta experiencia me ha hecho ser más empática con las pacientes, entender sus miedos y sus dudas, y en la medida que me ha sido posible trasmitirles que tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos con actitud positiva. Cada caso es único y requiere su propio tratamiento, el resultado es incierto, pero la actitud es muy importante y depende sólo de nosotros mismos. ¡No te rindas!